Los ruidos atroces que escandalizaban las visiones del adolescente provinciano con los zapatos gastados y el chambergo en pedazos, eran nuestros escándalos anticipados.
Y ahí me tenéis, frente a aquel solterón feo, con tonsura en la coronilla que le otorgaba un recatado recogimiento de seminarista provinciano, cruzando y descruzando mis torneadas piernas.